top of page

Conoce a José Enrique Martín


José Enrique Díaz Martín nació en 1965. Licenciado en Periodismo y Doctor en Filología es profesor de Literatura. Es autor del libro Homo El río perdido.

A tus lectores estamos seguros de que les gustaría saber algo más sobre ti, gustos, otras aficiones, si estás casado, tienes hijos, etc… Lo dejamos en tus manos.

Estoy casado y tengo una hija, voy a trabajar en bicicleta, hasta hace un año tenía un móvil con tapa, escucho poca música pero me emociona siempre, duermo mal… aunque no creo que eso sea relevante para mis libros. Es verdad que uno escribe desde ahí, desde su vida, pero la ficción es precisamente el producto de someter la realidad a un proceso de descomposición, a veces violento, a veces amable, para re-crearla en el otro lado con esos elementos desprendidos o desgajados, para montarla, desnaturalizada, como una artefacto artificial, en el lado imposible, donde nada ha ocurrido y, sin embargo, todo puede ocurrir. Así que el estado civil, la vida privada, son eso: algo civil y privado. Del lado de las facturas, no del lado del imaginario.

¿Cuándo nació tu deseo de ser escritor?

Con las primeras lecturas de cuentos y novelas, con los primeros tebeos, las primeras películas. De niño, entre los amigos de juego, era conocido como “Aventura Grande”, para diferenciarme de mi hermano, que era “Aventura Pequeño”, y eso solo por la edad, así que desde por ahí, más o menos. Me empeñaba en ponerle argumento a las dreas, a las peleas, a las deambulaciones sin objeto, a las carreras, las pelea, las fogatas… El niño quiere participar en esa ilusión de la ficción porque es el lugar de la diversión, de la libertad y del sentido (el que tú quieres darle, claro) frente al caos y las limitaciones de lo real. Recuerdo intentos de cómic en el colegio, cuentos en cuadernos de grapas con dieciséis años, la vocación llamando a la puerta de la facultad de Ciencias de la Información, las duras decisiones posteriores. Pero es un proceso casi irreversible, como caer en la boca de un tiburón.

¿Qué te llevó a escribir Homo El río perdido?

Con una edad en torno a los cincuenta años (una edad crucial por tantas razones), uno lleva acumulados muchos detritos, muchas experiencias, muchos sueños, muchas rabietas y frustraciones mejor o peor metabolizadas, muchas lecturas del mundo y de las letras, muchos asuntos pendientes también. Si todo se abandona para su olvido, anda molestándonos todo lo que resta de vida. Si tienes esta vocación, que es un poco maldición también, es como dejar muertos sin enterrar, cuentas sin saldar, cosas sin decir; sus espíritus te persiguen. Ayuda ser un poco rencoroso o inmaduro, no saber pasar página. Esa situación necesita una respuesta, un drenaje, un resultado en forma de bulbo que eclosiona, no sé si como flor o como alien, y sale fuera de ese abono. Supongo que eso es lo que diferencia a los escritores, a los artistas, supongo, de toda la demás buena gente. Los demás admiten el olvido o la utilización del poso de experiencia para la vida, sin más, en silencio; a los artistas, ese acúmulo de restos les exige una contestación más o menos polémica. La mía fue esa novela.

¿De dónde surgió el título?

Como las historias que componen la obra tienen todas que ver con la búsqueda de la identidad del hombre, con los orígenes de la propia vida y con su sentido, el formante latino “HOMO", que identifica al hombre, a lo igual y al género de primates homínidos de la tribu Hominini al que pertenece el hombre, me pareció la clave de esa persecución. El subtítulo se lo puso mi primo, que es muy inteligente y tiene más sentido común que yo, y comprendió que esa faceta del libro, la búsqueda de un río perdido, también dibuja las circunstancias, metafóricas y literales, de la obra, y permite al lector hacerse una idea sencilla, concreta y viva de lo que va a encontrar.

¿Tienes alguna metodología de trabajo a la hora de escribir?

Pues he probado diferentes maneras: por la noche, de madrugada, por la tarde, fuera de casa, dentro, regularmente, de modo compulsivo, en cuadernos que yo mismo me hacía, directamente en el ordenador… Y después de muchas fórmulas he llegado a la conclusión de que lo más importante es favorecer las condiciones del salto. ¿Que qué salto?, dirá. Pues el salto al otro lado. Bien siguiendo una intuición vaga, una imagen, una idea, bien continuando un trabajo planificado, lo único decisivo es que las condiciones del salto al otro lado, donde empieces a ver, a oír, a sentir brotar el agua creativa, se cumplan. ¿Que cuáles son? Veamos: silencio, una soledad radical y un cierto grado de lucidez mental producto de un estado físico/mental que no llame por nada tu atención consciente, como una buena digestión, o sea: no estar ni muy roto ni muy exultante, estar medio relajado, como en un samadi doméstico. Y entonces dejarse caer al otro lado y abrir los ojos, los oídos, la mente, y copiar al dictado lo que ves, lo que oyes, lo que te dicen o te piensan. Es un trance menor. Y luego ya corregirás o tirarás, pero esa es otra fase mucho menos interesante, aunque no menos necesaria.

Sabemos que eres profesor, ¿cómo compaginas tu pasión por escribir con el trabajo diario?

Al principio (te estoy hablando de cuando tenía treinta años) con franco sufrimiento; como una derrota diaria. Luego se aprende a dejar que las cosas ocurran a tu alrededor y a reservar una zona interior, una zona franca y salvaje. Me sigue pasmando la tranquilidad de Tolstoi para escribir, su grandeza para escribir y pulir La Guerra y La Paz durante quince años en una especie de cuadra de su casa de campo mientras tantas cosas ocurrían a su alrededor. La fortaleza de tantos otros escritores que en mitad de lo que fuera escribían sus páginas. Simenon escribiendo sobre unas cajas en mitad de un río… En fin. Es algo que me parecía imposible. Pues bien: sin su grandeza, claro, va uno y lo hace y punto. Se esconde y escribe. Se acabó el problema. Ya no hay contradicción. La contradicción es perjudicial mientras luchas contra ella. Si la aceptas, es tu aliada siempre, como la voluntad y el espíritu de guarida. Una amiga mía, poetisa, Ester González, que ha publicado en Endymion un poemario muy interesante, dice en un poema titulado Refugios: Todas las guaridas tienen una puerta abierta/ para entrar al cobijo/ para salir a la libertad. Pues eso. Así.

¿Tus alumnos saben que has escrito un libro? En caso afirmativo, ¿lo han leído?, ¿ha habido algún comentario?

No. Ha corrido cierto rumor entre los colegas. Algunos la han leído, otros no, pero trato de preservar esa zona como de tatami virtual, la que preside mi relación con mis alumnos, la de mi labor docente, en la dimensión casi sagrada y desde luego profesional en que debe estar.

Aunque pueda leerse (en cierto grado y hasta cierto punto) como una novela de aprendizaje, HOMO no lo es para un joven de doce o dieciséis años; todavía no. Allí, con ellos, yo tengo una función muy definida, y no es llenarles la cabeza de según qué imágenes, según que dudas, según qué preocupaciones.

Así como no me importa que sepan que mi tesis doctoral, que trata de Cervantes, del Quijote y la magia, está publicada y disponible para ellos (si se atreven), trato de mantener alejada de sus ojos mi creación adulta pura. Como con los hijos, es imposible protegerlos de todo y siempre, pero hay que intentarlo mientras estén bajo nuestra responsabilidad.

Imaginamos que habrás presentado tu libro al público en alguna ocasión, ¿qué sentiste la primera vez que lo hiciste?

Pues no ha habido tal presentación formal; quiero decir: una mesa llena de ejemplares y botellines de agua, yo hablando del cuento, mi editor afirmando al lado, un grupo de lectores interesados, quizá algo de prensa… así que no te puedo contestar. Ha sido y es una novela en cierto modo clandestina o fantasma, por eso me satisface tanto que os hayáis interesado por ella. En cierto modo, esta entrevista, y alguna otra, así como algunas generosas reseñas, son su presentación en sociedad.

José Enrique, atendiendo a cómo está el mercado actual y la situación en general, ¿crees que puede llegar a ser factible que un escritor gane lo suficiente vendiendo sus libros? ¿Realmente piensas que se puede vivir de la literatura?

Yo no. Hay que saber quién es uno mismo y qué es lo que hace o cree que sabe hacer. Mi literatura no tiene las cualidades que la puedan llegar a hacer literatura de masas. Por lo menos a día de hoy; aunque nunca se sabe: Henry Miller, Bukowsky, Bolaño (perdón por la comparación) hicieron una literatura radical, sin concesiones, y conocieron el éxito, si bien el pobre Bolaño no tuvo mucho tiempo para disfrutarlo. Pero la literatura que vende hoy se encuentra fundamentalmente en dos casos:

O disfruta ya del efecto mimético de los superventas (o así llamados), y la gente la compra por no ser menos que los demás, o se dirige a un público muy concreto que lee y consume literatura; por ejemplo: adolescentes y mujeres.

El mercado está lleno de productos para mujeres de quince a sesenta años, digamos; desde lo romántico/sentimental a lo erótico/pornogŕafico, de lo aventurero a lo lírico, de lo reivindicativo a lo ejemplar, de lo combativo a lo quejumbroso. El resto de lectores, salvo quizá el de novela negra, es testimonial.

Y hasta en el caso de grandes éxitos de venta de género policíaco, como lo es la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, por ejemplo (por otro lado novelas muy interesantes y bien resueltas), si la sometes a un análisis semiológico descubres sin dificultad que los hombres, los varones, son apenas comparsas, consortes necesarios, para el bien o para el mal, pero lo que cuentan o exponen esas novelas son modelos de mujer, formas de ser (o no) una mujer heroica, de resolver la vida propia y de proteger la de los que amas, hombres, mujeres y niños. Es justo la contraparte de la novela clásica decimonónica de aventuras, tan machista y condescendiente, pero con perspectiva femenina (a veces feminista) y con claves para ese sector de las lectoras. Después las narradoras son buenas o mejores, pero eso ya es otro asunto.

Mi novela tiene una perspectiva masculina, y eso ya la coloca dentro de un círculo minoritario que excluye los intereses de muchas lectoras al uso, que leen buscando la identificación con la heroína moderna.

Perdón, vuelvo a la pregunta y resumo: sí, se puede vivir de la literatura si tu prestigio ganado y/o tus ventas atraen al lector mimético y/o si escribes (pretendiéndolo o sin pretenderlo) para un target de lectores masivo como son las mujeres o los adolescentes. Pero si no, hay muy poco botín para tanto pirata. La última y única garantía de éxito absoluto es escribir lo que te dé la gana. Así, al menos tienes un lector totalmente rendido. O ser un genio absoluto y ofrecer tu obra, sentarte y esperar a la Gloria.

¿Qué recomendación les darías a los nuevos escritores que acaban de iniciarse en este mundo literario?

Que no hagan lo que yo. Que no esperen a publicar con cincuenta años. Que se relacionen pronto con escritores, que se hagan ver, que se diversifiquen sin esfuerzo, pero siempre siendo insobornables con su escritura. Nada de finales felices no deseados. Nada de decoro indecoroso. Nada de halagar vanidades del mercado. Cambiarán a los largo de su carrera, pero la honradez tiñe toda obra, aunque sea de juventud e imperfecta, de un aire que la hace insustituible y preciosa. Que no pierdan eso.

Y si no lo tienen, que no se preocupen, que busquen el éxito de manera descarada y obscena.

Pueden hacerse grandes escritores por ambos caminos. Qué sabe uno.

¿Has leído a algún escritor independiente? En caso afirmativo, ¿cómo fue la experiencia, negativa, positiva o hubo de las dos?

Pues como prefiguras hubo de las dos cosas. Incluso llegué con uno de ellos a un compromiso de lectura cruzada y posterior crítica cojonuda en Amazon, y solo yo cumplí mi promesa. Si se lo hace a todo el mundo, así me explico las docenas de opiniones positivas que tiene su libro, que por otro lado no es ni de lejos tan bueno como afirmaba en mi reseña. En fin, allá cada uno. Supongo que, en mi caso, en el pecado iba la penitencia. Vamos a lo serio: ¿Qué pasa con los independientes? Algunos lo son por hastío del trato de las editoriales o para rentabilizar al máximo su trabajo, otros porque su propuesta es demasiado radical o carece de perfil mínimamente comercial. Ninguno de los dos casos, lamentablemente, garantiza la calidad. El problema de ser independiente es la falta de contraste crítico, precisamente. Quizá no te hayan publicado porque eres un paquete, sencillamente, pero nadie con criterio te lo dice y te cuesta admitirlo y recurres a la auto-publicación, en cualquiera de sus modalidades, en lugar de dedicarte a viajar, beber, follar o criar canarios. Ese, he de admitirlo, es mi monstruo particular: que la falta de análisis previo por parte de un equipo editorial y de exégesis posterior de mi obra por parte de críticos solventes no me permita hacerme, más allá del vanidoso voluntarismo de todo escritor que se auto-edita, una idea certera de mis méritos o deméritos, que no pueda aprender y progresar adecuadamente. Ni siquiera tienes, siendo indi, un editor que te impulse o frene (a mí me ha publicado generosamente Queimada, pero los filtros han sido mínimos porque se ha tratado casi de un favor personal y yo soy bastante intratable). Si eres un poco sensato, una situación como esa ha de darte miedo y vértigo, aunque te conste que Jane Austen, Marcel Proust y Edgar Allan Poe, por ejemplo, recurrieron a la autoedición. En mi caso este miedo llega a tal punto que a veces agradezco la invisibilidad, el anonimato de no ser. A veces.

¿Qué tal te está resultando la promoción de tu libro? ¿Qué medios usas para que la gente te conozca?

Pues Twitter y el boca-oreja. Ni siquiera tengo página web, ni Facebook, ni blog. En twitter he conocido a gente muy interesante, como vosotros, a otros escritores, algunos estupendos como Delia Roca y M. A. Álvarez, y a algunos lectores que ya son amigos. Y otra forma de dar a conocer el libro que no sea torrar la oreja a tu abuela, a tus parientes y a tus compañeros y amigos es que un lector satisfecho se lo cuente a un amigo y se la recomiende, y así vaya pasando. No hay más. Y es la mejor. Yo puedo decir lo buena que es la novela, pero nadie tiene por qué creerme, y dudan legítimamente en invertir lo que vale un helado o una comida de menú en comprar tu libro, que luego puede ser un pestiño; y ya se han quedado sin comer. Lo entiendo. Me resigno y sigo adelante. Acabo de descubrir que el mismísimo Walt Whitman hizo reseñas laudatorias de su propia obra y las publicó como si procediesen de otras plumas, escritores o críticos expertos. Pues bueno, pues vale; si eso sirvió para que hoy lo conozcamos, lo doy por bien empleado. Además, tenía razón, pues nadie conocía su obra como él mismo. Yo lo hice también, del modo más inocente y tontorrón. Resulta que yo fui el primer comprador de mi libro. Quería saber cómo quedaba en la impresión de Amazon y depurar erratas. Y como a todo usuario de Amazon, se me mandó una especie de test de satisfacción, que en el caso de los libros son las críticas que aparecen al pie de la página de venta del libro. Y lo rellené. Fue divertido pensar en el libro como un cliente ajeno, satisfecho pero externo a mí mismo. Esa reseña permaneció colgada unas semanas, hasta que lo descubrieron y la quitaron. Por suerte le hice un pantallazo y lo guardo como un selfi bobo y chistoso. Una gilipollez; aunque sigo pensando lo que ponía en ella. No obstante, aún me repugna un poco hablar bien de la novela al hacer esa promo artesana que hago en twitter como @EnrijoDi, aunque sea chusca para disimular la vergüenza; pero mis nietos me lo agradecerán (y la posteridad me lo perdonará sin duda) cuando disfruten de las millonarias regalías que reporten los derechos de mis obras futuras. Al tiempo.

Una pregunta un poco más rebuscada, ¿qué estarías dispuesto a hacer con tal de convertirte en un escritor famoso?

¡Joder, qué buena! No lo había pensado nunca (sí, claro que lo había pensado, pero hay que decir que no, o hacer una broma, o escribir Fausto), porque uno no puede dejar de ser el escritor que es, ni mejor, ni peor, ni diferente. Y como ser otro no vale (¿no vale, verdad?... No, creo que no), pues bueno… qué haría… supongo que… trabajar. Trabajar duro y cuando me canse, volver a trabajar. Vivir, leer, reflexionar y volver a trabajar. Este es el mejor trabajo del mundo si te asiste la vocación. Ayuda también estar algo pirado.

¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto? ¿Para cuándo saldría?

Pues sí, tengo una novela mediada, pero no sé para cuándo podría estar disponible. Necesita tiempo y luego un poco de cajón, o nevera, para verla con ojos nuevos cuando la vuelva a leer, o un lector cero que no tengo. No hay prisa. Me gustaría pensar que todavía le queda algo de recorrido a HOMO. Por cierto, sí puedo decir que la nueva novela parte del mismo impulso que HOMO. También es un relato de búsqueda de sentido y de identidad, de incógnitas, y también sé que el protagonista salta sin red, y casi sin quererlo, a la fantasía más alucinante. De hecho, pensé en titularla EL CLUB DE LOS DESEOS, pero no sé... Ya se verá.

Eso ha sido todo por nuestra parte, pero te invitamos a que cierres la entrevista añadiendo lo que desees.

Pues nada, que muchas gracias por vuestro interés y por darme esta oportunidad de presentar esta novela y de presentarme a mí mismo a vuestros lectores, que demuestran su buen criterio al elegir vuestro blog en busca de asesoramiento e información literaria. Me parece un trabajo encomiable y que hacéis de una manera responsable y brillante. Enhorabuena a vosotros y a vuestros lectores. Recibid un abrazo muy fuerte.

José Enrique Díaz, autor de HOMO, El río perdido.

Todos los que componemos el proyecto “Adopta un Escritor” agradecemos tu colaboración.

Featured Review
Tag Cloud
bottom of page